Si hubo un claro dominador en todo el partido, ese fue el Zaragoza. Y es que salimos con toda nuestra artillería pesada (3 puntas) y con Aimar, Matuzalem y Celades desde el inicio. Pero ya desde el principio comprobamos que romper la férrea defensa gallega no iba a ser fácil. Tampoco batir a Auote. Oliveira dispuso de ocasiones durante todo el partido. Diego Milito puso corazón al equipo, medio lesionado como estaba. Y Sergio García puso la magia.
Tantas fueron las oportunidades falladas que nadie se creía ni en la Romareda ni en el resto de España que el Zaragoza no hubiese metido ni un gol. Yo personalmente estaba de los nervios pálido como la leche.
Y entonces llegó la última ocasión del encuentro en una falta colgada al área, controlada en la línea de fondo por Sergio García y rematada a placer por Ayala.
No podíamos creerlo. El Zaragoza seguía vivo y ni un alma se había movido del estadio, a pesar de ser el último minuto del descuento. Tal vez porque teníamos fé de que alguna vez la suerte iba a estar de nuestro lado.
Todo el equipo y el zaragocismo lo celebró como si hubiéramos ganado la liga, conscientes de la importancia del triunfo. Ayala estaba tan emocionado que se le saltaron las lágrimas. Los jugadores tiraron las camisetas al público y salieron ovacionados del campo.
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